octubre 11, 2010

La madrugada del Lunes 11 de Octubre

Esperé el momento oportuno, un día cualquiera, pero perfecto. Decidí investigar por mi cuenta, reconozco que no era para tanto pero a mi me gusta la aventura, si no la hay puedo imaginarla.

No me lo pensé mucho más, así que cogí mi linterna. No era mi favorita pero me sirvió. Me levanté de la cama y me puse a andar. Anduve siguiendo así una dirección específica que había marcado en el mapa, supuestamente de mi casa, que yo misma dibujé un día que mis manos, muy simpáticas, se pusieron a trabajar, en clase de filosofía.

Cuando estuve en la habitación donde estaba, lo vi. Era un mueble muy viejo, me gustaba. Tenía un color marrón fuerte oscuro. Soplé un poco para retirar una pequeña parte del polvo que tenia, tampoco tenia intención de quitarle más, lo hacia más original. Entonces fue cuando abrí el segundo cajón. Allí estaba, ésa inquietante máquina de mi padre que guardó un día en el sótano y allí se quedó. Sí, una simple máquina, pero no sabia la utilidad que ésta tenía y porqué mi padre no la volvió a utilizar.

Después de una larga investigación, encontré el botón.

Cuando las hélices de la misteriosa máquina giraban tocando así un obstáculo horizontal de una textura parecida, si más no, al de un metal oxidado, creaba una especie de sonido percibible para mis oídos que, sin embargo, llegaban más al cerebro y producían dolor…

No quiero hablar sobre ése dolor.

Abandoné el plan que tantos días había estado planeando. Dejé todo como lo encontré y me fui para mi habitación con el menor ruido posible. Y me quedé pensando en nada y en todo a la misma vez.


Es cierto, tuve miedo.

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